martes, 6 de mayo de 2008

te pueden robar hasta el nombre

la plazuela cuadrada y en cuesta. pero antes de eso, tal vez un par de horas...o igual era más tiempo, no sé. el caso es que mi escasa paciencia hizo que encaminara mis pasos hacia una estación de metro huyendo de la lentísima inercia de la madera. línea 1. y parada tras parada, con una cadencia que se aburría a sí misma con su lento traqueteo, por fín; al fín, recalé en el punto de encuentro. en nuestra rápida huída de la impuntualidad, subimos al tren equivocado. al cabo, al toparnos con las margaritas, decidimos que no eran formas de llegar a nuestro destino. hicimos redondilla y llegamos al lugar, para antes de mojar nuestros labios, hacer bailar nuestros empeines hacia malo conocido, sin nada que perder. por supuesto encontramos lo que andábamos buscando. llegamos a la urbe sin más contratiempo, compartimos la cata del botín y bifurcamos nuestros caminos.
en la plazuela cuadrada el viento mece mis malospelos. se enredan con las palabras y con las risas. en la plazuela torcida los ojos se nos achinan y tus curbas pestañas parece que pesaran una tonelada. puede suceder que cuando el jefe no recuerde tu nombre, o no sepa pronunciarlo, te bautice con otro; y de abedul, de khrim, puedes acabar en alfonso.
al final, en todos los lugares, llega un momento en el que pasas a ser una cifra. el estado te pone una matrícula. tu dni. un número que te identificará resumiendo en unos dígitos tu identidad.

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