o lo que es lo mismo: aprovechar un acto fuera de la ofi de mi jefe para teletransportarme de una atmósfera grisácea y opaca a la rúe; y a salto de mata aparecer en hora punta en la frutería de la esquina, de nombre jaida, regentada por los pakis más majetes en un área de al menos 3kms a la redonda. me piro y el aire deja de pesarme sobre mis pequeños hombros. con la dieta depurativa que sigo tomo más fruta que mogli en la selva, y de vez en cuando he de reponer mi pequeña reserva oficinil; así que, animada por la rucia -compinche de sanas costumbres-, me dejo caé por dicha frutería a eso de las 2, que, lejos de ser hora en la que las doñas del barrio agitan sus pucheros; es el momento de encuentro, la hora punta de chismes e historias en una zona invadida por oficinas impersonales, tomada por ejecutivos trajeados y señoras que se adornan con grandes collares de perlas y huelen a perfumes caros.
me recreo entre colores de hortalizas y olores de frutas, recordando aquellos días en los que, recién independizada, habitante de mi pequeña buhardilla, me escapaba al mercado a aprender a comprar buen género, a que los currelas me llenaran la mochila con piropos y risas, y las marías, marujas y pepas del barrio me regalaran sus recetas. y vuelvo sonriente, rellenita de buen rollo. ya queda menos de uniforme laboral. me quedo con la imagen de una chus lampreave algo mayor, que, bufanda verde esmeralda tejida en lana y falda loca de mosaicos coloristas, nos contaba lo de su operación de estómago, la razón por la que, si le dan fresas ácidas las rocía con kilos de azúcar para convertirlas en mermelada..