viernes, 5 de diciembre de 2008

ladrón

en aquellos días ella no era ella.
se encontraba débil, desgastada por algunos sucesos que empañaban aquél horizonte pintado de acuarelas.
entonces apareció él de la nada, con su bombín abollado y su sonrisa esculpida. se confundió al imaginar unos ojos de luna; no quiso fijarse más detenidamente en las
manchas que, como en un eclipse, ensuciaban sus pupilas.
se dejó arrastrar, y, mientras se suicidaba de pura pena, patinó sobre carreteras pintadas de aceite usado de coche.
pasaron los meses.
fueron reposando en la cazuela de barro los ingredientes de aquél pucherito. y
poco a poco, con la primavera, fueron renaciendo hojitas verdes; tímidamente de su tallo brotaban pequeñas yemas que más adelante se iban a convertir en fuertes ramas, en tupidas lianas. como los limpias de un parabrisas despejan las gotas que empañan, sus ojos se fueron abriendo a la claridad; poco a poco aquellos grises nubarrones iban haciendo montoncitos redondos y mullidos, blancos y esponjosos, iban ascendiendo para que desde ahí abajo se empezara a vislumbrar un trocito de cielo.
y así, poco a poco, aprendió a decir no. apartó de un suave manotazo a ese insecto que se había acoplado a su chepa, succionando su energía, alimentándose, absorbiendo sus buenas ondas, apropiándose de su vibración. lo apartó y se alegró de que él, cabalgando su caballo de la prepotencia, creyera que elegía. así era más sencillo. la inteligencia, como ya sabía, tiene un poderoso enemigo: cuando uno llega a la cumbre de cualquier montaña, corre el riesgo de creerse superior, de infravalorar a los otros; y ahí es cuando es más susceptible de pegar un patinazo y resvalar montaña abajo. ella eso jamás lo desearía; por contra deseaba su mayor felicidad, para así tenerlo lo más alejado posible, para seguir aprendiendo y ascendiendo; para seguir reforzando sus pilares.
dedicado a tod@s aquell@s que mantienen la mirada curiosa,
a todas las buenas personas que me rozan y a las que rozo,
para que dentro de su bondad aprendan a decir no,
no dejen que nadie absorba tuétano de sus huesos.

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